16.8.13

De las Cruzadas hasta las Primaveras

El mundo musulmán, tomado en sentido amplio, incluyendo los países musulmanes de África desde el mar Rojo hasta el océano Atlántico, desde Turquía y las repúblicas ex soviéticas hasta Asia, incluyendo India, se debate a lo largo de la historia entre dos opciones: el péndulo va hacia los hombres, se acerca a las personas; el péndulo se desplaza hacia dios, y la religión se expande en la vida civil. 

En el primer caso, son primero las personas: el bienestar, la vida civil, la convivencia entre todos los ciudadanos que comparten el mismo territorio. 

En el segundo, la religión ocupa el ámbito público y privado y se expande por la sociedad, por cada ciudadano, su vida pública y privada. Esa ocupación es de golpe o paso a paso: cómo deben vestir, cuándo y cómo rezar; cómo deben caminar por la calle; quién puede estudiar, quién no.

En la época de las Cruzadas, por poner una data histórica -que puede ser la Renconquista española- unas veces las personas eran el centro de la vida pública; otras, ese centro lo ocupaban los representantes de dios y legislaban según la doctrina, según "El Corán:" cada movimiento, cada acto de la vida cotidiana de los fieles/súbditos/ciudadanos debía ser aprobado por la autoridad religiosa.

Así fue por los siglos. A diferencia de la religión cristiana u otras, que han ido limitando su esfera de influencia a la vida privada de los ciudadanos, la religión musulmana ocupa o pretende ocupar el centro de la vida política y de la esfera privada de los ciudadanos. El último ejemplo, es Egipto. Y desde la caída de Mubarak en 2011 se manifiesta en toda su crudeza.

En Egipto ha sucedido en los últimos meses la mayor de las tragedias para un demócrata occidental, sea éste laico o creyente: han coincidido el voto de la sociedad con el mandato de dios. 

Hasta ahora, "un hombre un voto" ha sido una fuente de legitmidad no contestada en el mundo árabe/musulmán. Hay elecciones en Marruecos, en Arabia, en Egipto, etc. Han ganado -ganan- como diría un castizo "los de siempre". Con todo, esa fuente de legitimidad erigía gobiernos así en Egipto como en Pakistán, o en Marruecos. Y esos gobiernos eran respetados. Sus leyes, obedecidas. Dentro y fuera de sus fronteras, son leyes emanadas de gobiernos legítimos.

En Egipto han coincidido las dos legitimidades en un partido. El mandato de Allah: aplicad la ley islámica hasta el último acto de cada súbdito (islam es sumisión). Y el mandato de las urnas: corresponde el poder al partido más votado.

Los Hermanos Musulmanes manifiestan su fe con el mismo celo que podía aplicar a ello un emir en la época de las Cruzadas: cada acto de la vida diaria debe estar sometido al mandato de Allah. 

El ejército, como en Turquía, ha vuelto a trazar la raya que separa la vida civil de la vida religiosa con un golpe de estado. 

Frente al ejército, se alzan los Hermanos Musulmanes: se sienten amparados por el mandato de Allah, y el mandato de los votos. 

¿Quién dará un paso atrás? Más exactamente ¿Quién puede dar un paso atrás? Los Hermanos Musulmanes "no pueden" renegar de su fe y gobernar como si fueran un partido laico. El ejército "no puede" permitir que el Gobierno -legítimo- aplique leyes islámicas hasta el último rincón del país, y hasta el último ciudadano. 

Este es el dilema de Egipto. Ninguno puede retroceder. Ni el Ejército. Ni los Hermanos Musulmanes.

La quiebra sucederá cuando en las filas de uno de los dos pilares de la sociedad surja alguien que queira "hacer de puente." ¿Habrá en el ejército algún militar musulmán dispuesto a contentar a los Hermanos Musulmanes? ¿Habrá entre los Hermanos Musulmanes algún líder dispuesto a contemporizar entre el mandato de dios y los sentimientos religiosos de todos y cada uno de los egipcios?

Y una más, y final. ¿Esa figura 'conciliadora' surgirá de un baño de sangre como el habido estos días de agosto? ¿Llegará después? ¿Cuándo? ¿Cómo? 

Estas son las preguntas, de hoy y de siglos atrás: cuándo volverá el péndulo a estar del lado de la ciudadanía. O si serían capaces los ciudadanos de separar el gobierno terrenal del espiritual. Este es el dilema profundo de las primaveras habidas en el mundo árabe. ¿Puede una mujer policía obligar a "un hombre musulmán" a cumplir la ley? ¿Pueden en Egipto destruir las Pirámides como algunos líderes religiosos proponen?

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